Fundación Khanimambo

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Amanece en el índico.: Una luz anaranjada se cuela por las casas de cañizo del mato. Aún perezosas, las agujas del reloj no han recorrido ni la mitad de la esfera; apenas son las cinco. Poco importa. Despojados de la artificialidad de la luz eléctrica, el sol y la luna marcan el tic tac de los habitantes de Praia de Xai Xai. Mama Gloria junta unos palitos de leña para preparar el reconfortante chá -té- mañanero; sus niños, Pai y Oferencia aún retozan en la manta extendida sobre la arena de su choza.

De a poquito, los caminos de arena se llenan de imponentes mujeres con azadas y niños a las espaldas dispuestas a entregar un día más a la caprichosa tierra. Oferencia ha conseguido vencer a la pereza y ya aguarda en la cola frente al pozo de agua con su bidón de plástico amarillo; mientras espera se entretiene retocando las trenzas de su amiga Felizarda. El ruido de la cacerola que Oferencia se afana en lavar levanta a Pai que busca alguna migaja de la cena de ayer para llevarse a la boca. No encontrará nada. Antes de irse, Mamá Gloria ha escondido los restos de la cena para evitar el dolor de tripa que provoca a los niños de Praia el ingerir alimentos fríos recién levantados. Siempre desaliñado, Muguruane deambula por los caminos de arena con su bolsa de trapo de Khanimambo en dirección al cole. Pai le ve, apura su azucarado brebaje caliente, y le sigue. Es el momento de ir al cole aunque no tengan relojes para saber qué hora es. A medida que avanzan por el mato, un incesante goteo de pequeños hombrecitos sale de sus chozas y se suma a sus pasos.

Al llegar al colegio, los niños corretean hacia Eric, técnico de proyectos de La Fundación Khanimambo, que coordina la construcción de un bloque administrativo para el centro educativo. El cole está que se cae; sin cristales en las ventanas y en sillas de tres patas a los niños les cuesta concentrarse. Oferencia ya ha terminado de lavar la cacerola y ha arreglado un poco la choza. Se dirige a la sede de Khanimambo para acudir a las clases de refuerzo escolar a las que cada día, por turnos, asisten los 197 niños apadrinados por la Fundación. Por la tarde irá al cole. Arcelia, que también tiene clases de refuerzo por la mañana, busca a Tía Alexia, socia- fundadora de Khanimambo. Pero esta ha salido con una urgencia: la pequeña Scarla tiene de nuevo malaria y ha tenido que llevarla al hospital de la ciudad de Xai Xai, a 15 kilómetros. Hace cuatro años, los niños de Praia robaron la mitad del corazón de Tía Alexia. Tras tres años de intensísima convivencia, forjando un camino común, se han quedado con la otra mitad.

El idilio de Alexia con la comunidad de Praia empezó tras un viaje al Mozambique que acunó sus sueños de infancia. Enseguida lo tuvo claro: había encontrado su sitio. Volvió a Madrid y con ayuda de sus dos íntimos amigos y familia montó un proyecto -lo que hoy es la Fundación Khanimambo- Y regresó a Praia, esta vez sin billete de vuelta. Y volvió para quedarse y poner en marcha un ambicioso plan: ponérselo un poco más fácil a los niños mozambiqueños, arrancarles sonrisas y proporcionarles una sólida formación para que puedan tener un futuro con mayores oportunidades. Alexia regresa de la ciudad. La pequeña Arcelia no se ha movido de la puerta de su despacho en toda la mañana. Se ha peleado con su íntima amiga, Mónica, y busca consuelo en tía Alexia. Fuera, los niños juegan con unos neumáticos de coche. Sobrecargados de las tareas propias de un adulto, Khanimambo se ha convertido para los pequeños de Praia en un refugio en el que cada día pueden jugar a ser niños. Chico y Armando Samuel se pelean por la desgastada goma. Pasan a las manos y Tío Chico, mano derecha de Alexia en Khanimambo, interviene. La agresividad de chico habla de los tremendos efectos del SIDA que está sufriendo su madre, ciega y ya sin apenas fuerzas para caminar. Por las venas del 93% de las madres, tutoras o abuelas de los niños apadrinados por Khanimambo corre sangre maldita; tienen SIDA. Gildo llega a la sede de Khanimambo con dos centenares de rosquillas que acaba de preparar su madre. Es la hora de merendar pero antes tendrán que pasar por el chorro de agua que sale de la manguera que empuña tío Chico y enjabonarse bien para alejar las infecciones. El ritual de cada día. Un zumo de frutas acompaña la rosquilla que saborean los niños. El sol inicia su lenta y rutinaria despedida y los niños se encaminan hacia sus chozas.

De los 197 niños apadrinados, 77 han sido abandonados y 41 son huérfanos de padre y madre. Desde Khanimambo apostamos por la familia y si la vida, arbitrariamente, había decido negarles la protección de un hogar, nosotros nos esforzaríamos por crearlo. Por ello buscamos familias adoptivas entre los vecinos de Praia que, junto con el apoyo incondicional de la Fundación, pudieran acoger a los pequeños. Hoy, todos tienen un hogar en el que descansar. Mamani Hortensia prepara las mantas y esteras para el sueño. Alineados en el suelo, a sus seis hijos, cinco biológicos y uno postizo, Rodrigues, de a poquito se les cierran los ojos. Es el turno de la luna; sus plateados destellos enmudecen el mato.

Fundación Khanimambo http://www.khanimambo.org/

Tel. (34) 666932899 Madrid

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