Riviera del Brenta (Italia)

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La Riviera del Brenta no es sólo una de las rutas más bellas para llegar a Venecia, es, sobre todo, un camino que conjuga a la perfección la huella de la grandeza pasada de ilustres familias venecianas con la perpetua armonía de un entorno que sobrevive al paso del tiempo con el estoicismo propio de una naturaleza libre.

De Padua a Venecia es posible surcar las aguas del Brenta a bordo de Il Burchiello y dejar volar la imaginación tras los vestigios de las innumerables villas y palacios venecianos que, como salidos de un cuento de hadas, aparecen aquí y allá a lo largo de todo el trayecto.

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Hacia finales del siglo XV el descubrimiento de América asestó un golpe tan duro al comercio marítimo de Venecia que la república inició un proceso de abandono progresivo del comercio tradicional con Oriente para buscar en el interior una manera alternativa de invertir las riquezas acumuladas. Fue entonces cuando muchas familias venecianas se embarcaron en grandes empresas agrícolas que ellos administrarían de manera directa. Para poder mantener el control sobre la producción, la mayoría de estas familias decidieron instalarse en aquellas tierras, lo que motivó la construcción de unas viviendas acordes con el elevado estatus social de sus moradores. El arquitecto Andrea Palladio, de marcada formación humanística, se convirtió en el mejor intérprete del poder de aquella época. Las villas, que por lo general guardan la forma de un templo clásico, son fieles transmisoras de la herencia del clasicismo, el resumen de un sistema completo de valores antropológicos, éticos y estéticos basados en el conocimiento griego y romano rescatado por los humanistas.

La mayoría de las villas palatinas se construyeron en el primer tercio del siglo XV. Aunque inicialmente su carácter estaba muy delimitado a su función como base para las explotaciones agrícolas intensivas, con el paso de los años se convirtieron en un lugar de ocio y símbolo de estatus y distinción. El veraneo, que coincidía con los dos periodos de cosecha principales- la siega y la vendimia-, adquirió un carácter mundano y de distinción social para la rica burguesía veneciana. En poco tiempo las villas se extendieron por el interior del Véneto y junto al curso del agua, la vía de comunicación más cómoda, segura y económica de la época, y dieron lugar a un gran complejo hidrográfico, urbanístico y monumental conocido como la Riviera del Brenta.

La concentración de villas se hizo tan elevada que acabó convirtiéndose en una especie de continuación del Gran Canal. Muchas de estas mansiones, como aún hoy se puede apreciar, eran fieles reflejos de la decoración y la arquitectura venecianas y estaban dotadas de la estructura necesaria para la producción agrícola con instalaciones como los establos. La fachada principal estaba orientada siempre al canal, por donde transitaba el tráfico comercial. El Burchiello, un gran barco dotado con todo el confort, se encargaba de la comunicación entre Padua y Venecia.

La primera de las villas que aparecen al descender por el canal es la Villa Foscarí, conocida como la Malcontenta. Cuenta la leyenda que una dama de la familia Foscarí pasó el resto de sus días recluida en esta inmensa mansión como castigo por su infidelidad conyugal. Sin ánimo de desmentir los mitos de la memoria popular otra opción es considerar que la villa debe su nombre a la localidad más próxima a la laguna donde se encontraba, que sufría con frecuencia inundaciones en sus tierras. Esta villa ha recibido a lo largo de los siglos la visita de numerosos personajes ilustres como Enrique III, alojado allí en 1557 en el transcurso de su viaje a Francia donde lo esperaba su coronación como rey.

Siguiendo el bello curso del agua, a la altura de la localidad de Mira, aparece majestuosa la Villa Sccriman Widmann Rezzonico Foscari, construida en el siglo XVII como dote para el conde Diodato Sceriman, descendiente de una familia de ricos mercaderes persas que se establecieron en Venecia y en la actualidad propiedad de la ciudad. El papa Clemente XII y el músico Stravinsky fueron algunos de los privilegiados huéspedes de renombre que disfrutaron de sus habitaciones.

 

La Riviera del Brenta culmina en la localidad de Strà con la espléndida Villa Pisano que más que una gran mansión podría considerarse un palacio. Construida en la primera mitad del siglo XVII por la familia Pisani, tras unas décadas Napoleón la adquirió como regalo para su cuñado Eugène Beauharnais. A lo largo de los años la propiedad cambió su titularidad en múltiples ocasiones hasta acabar convirtiéndose, tras muchas vicisitudes, en monumento nacional.

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Las villas que pueblan la Riviera del Brenta, perfectamente integradas en el contexto paisajístico y ambiental del canal, el campo y la laguna vecina, no son sólo fascinantes por su bella arquitectura sino que se erigen orgullosas como testigos de la historia y costumbres de la civilización de esta zona italiana. En la actualidad y gracias a la colaboración de sus propietarios las villas son también escenarios privilegiados de representaciones teatrales y acontecimientos culturales de todo tipo. En el 2003 una iniciativa conocida como Villa Aperte abrió las puertas de estas construcciones a los visitantes que deseen conocer sus tesoros artísticos, admirar sus espléndidas fachadas o pasear por los bellos jardines que rodean estas grandes mansiones.

Byron, Galileo, Goethe o Dante son algunos de los nombres ilustres que a lo largo de la historia supieron apreciar la belleza de estas villas venecianas. Hoy muchas de estas mansiones permanecen en pie, impasibles al paso de los siglos, de los hombres y de los conflictos, espectadoras del curso tranquilo de las aguas del canal que atraviesa la riviera del Brenta, un regalo para la vista y el conocimiento.

Texto: Susana Carrasco  /  Fotos: Alejandra Ribas

GUIA DEL VIAJERO

INFORMACIÓN TURISTICA  –  www.enit.it  /  italia@italiaturismo.es

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